Qué crueldad, más, qué casualidad. Siempre que te busco, no te puedo encontrar. En el fondo, es como si no fueras más que un ideal. Un simple delirio, un producto de mi imaginación. Un amor distante, no correspondido. Aunque estoy seguro que me buscas, así como yo te busco a tí. Entre todas las miradas, en cada curva y en cada suspiro. En ese par de piernas que quedan tambaleando y ese cigarrillo que enciendes después del último gemido. Sin embargo, mientras el cigarrillo se consume, también lo hace mi infantil ensoñación. No es más que otra mujer cualquiera en la cama de siempre, y el mismo idiota que busca tu calor. ¿Por qué me torturas de esta manera? ¿Por qué me haces tanta falta, si ni siquiera te conozco? Jamás te tuve, y es probable que jamás lo haga. No sé cómo se siente tu piel al tacto, ni como sonríes cuando me ves llegar. No conozco la textura de tus labios, ni sé cuándo cumples años. No sé tu nombre, no sé tu edad. No sé siquiera cómo suena tu voz en mi oído, ni que tanto me alegra que me digas lo segura que te sientes en mis brazos. No lo sé, tal vez nunca lo sepa. Que se siente amarte, que se siente que me ames. Escucharte cantar en la ducha cuando crees que nadie te escucha. Me mata la duda, me carcome y me tortura. Saber si también me piensas, o si te has limitado a conformarte con un amorío cualquiera, cansada de buscarme. O peor aún, si te he pasado de largo sin percatarme. Si te he perdido por un mínimo detalle. Tal vez porque no te gustaban los mismos libros, o escuchar un viejo Rock’n Roll. Porque no eras perfecta, ni eras suficiente. Porque me dabas todo, pero no me alcanzaba. Ahora miro hacia atrás con nostalgia, sin saber bien qué es lo que me depara la vida. Sin embargo, tengo una nueva perspectiva. Tal vez siga buscando, tal vez no. Solo sé que mi único mal es estar enamorado. ¿En donde encontrará consuelo el amor, si ninguna otra emoción lo puede amar como él es capaz? Así es, estoy enamorado de la idea del amor.
26 de diciembre de 2019
13 de diciembre de 2019
La presa y el cazador. El detective y el ladrón.

A mi merced, resignado y dispuesto a morir, cual gacela en las fauces del león. Con los dientes de la bestia en la garganta, sin nada más que hacer, sin más energías para pelear. Así es la naturaleza, cruel pero al mismo tiempo certera. Para que uno viva, debe dejar que el otro muera. El cazador devora a su presa, y al morir el primero vuelve a la tierra, solo para dar sustento a las plantas que serán alimento de otra gacela, continuando el ciclo eternamente. Pero esto no es tan sencillo. Este capricho, este romance sin sentido. Este amorío sin contrato ni plazos fijos es más complejo que aquel ciclo. Aunque un círculo vicioso no sea algo tan distinto. Porque como depredador que soy quiero probar tu carne. Saber a qué sabe tu boca y escucharte gemir suplicante, y guardar un poco para más adelante. Pero aún no quiero matarte, ni destruirte ni fragmentarte. Solo deseo que me des una parte. Que me dejes calmar mi hambre en un par de encuentros casuales. Quiero tu amor, pero no quiero hacerme responsable. No quiero herirte, pero ya es tarde para no tomarte. El deseo me ciega y me carcome. Pronto no podré frenarme, ni podré soltarte. Aunque me digas que no, se que vas a ilusionarte, aunque sean solo un par de noches aparte. Un par de capítulos en una novela interminable. Poco más que un recuerdo de algo que debería olvidarse. Yo quisiera, si. Que traspases los muros helados de indiferencia, escepticismo y razón. Que flanquees las defensas y el orgullo hasta llegar al corazón. Que, cual hábil y sagaz detective descubras dónde quedó mi amor, pues hace tiempo dejé de creer que sea posible que se presente la ocasión. Que alguien devele el misterio, y encuentre el tesoro de desconocida ubicación. No culparé de mí situación a los amores anteriores, vistiéndolos de villanos y malhechores, si la mente criminal maestra de todos los males es nada menos que su servidor, quien confiesa ser el culpable. El que huye de la escena sin dejar evidencia. El que cubre sus huellas y solo sabe dejar muerte y desamor en el camino, sin culpa y sin compasión. Y sí, tal vez esta vez haga una excepción. Juguemos al gato y al ratón. Intenta atraparme si no tienes miedo de ser solo una distracción. Tu puedes ser el policía, yo seré el ladrón.
13 de noviembre de 2019
Recuerdos del Domingo - All Time Low
Aquella mañana se levantó como si nada, se sentó en la cama luego de recoger sus jeans gastados, y le echó una mirada de desprecio al reloj de su celular, que marcaba las dos de la tarde de aquel lunes. Era demasiado temprano para la resaca que tenía desde hacía tantos días de vacaciones, fiesta y descontrol. Luego de refregarse los ojos un par de veces, decidió ir al comedor para tomar un café, sin pensarlo y casi por costumbre. ¿Café? Fue entonces que levantó la vista hacia la ventana, y vió las cortinas blancas siendo apenas rozadas por la suave brisa del verano. Cayó de rodillas. ¿Qué acaso no habían desayunado juntos? Las dos tazas de café medio llenas que reposaban en la mesa no le mentían, y a pesar de que este se hubiera enfriado, no había pasado lo mismo con el fuego que, poco a poco, lo iba quemando por dentro. Allí comenzó a recordar. Poco a poco, las imágenes le empezaron a llegar, y todo cobró sentido. Ella había tomado su mano con aquella hermosa sonrisa traviesa de simpáticos hoyuelos y mejillas rosadas. Lo había guiado por las escaleras hasta llegar a su habitación, donde luego de tanta pasión, lo dejó abandonado, a su suerte, a morir. Tomó la primera playera que encontró en su valija desordenada, se calzó con prisa y bajó las escaleras casi de un salto. Llegó hasta la recepción con las gotas de sudor bajando por su frente, sosteniendo la pantalla del celular frente al recepcionista, que lo miró confundido.
—Disculpe, estoy buscando a esta chica. —dijo, sin notar que sonaba realmente preocupado.
—No, lo siento. —respondió el joven pensativo—. Acabo de comenzar mi turno, pero deberías preguntarle a Marco, él estuvo aquí toda la mañana. —señaló a su compañero, que estaba a punto de dejar el edificio.
—Te lo agradezco. —respondió corriendo hacia el otro empleado del hotel, en vano, pues él tampoco la había visto. Iba y venía, cada vez más desesperado, preguntando a los huéspedes, al personal… a quienquiera que pasara por la recepción. Pero nada. Ella parecía haberse escapado de uno de sus sueños, y poco a poco lo iba enloqueciendo. Estaba tan idiotizado, que hasta podría pedirle que se case con él. Incluso aunque ella le hubiese dicho que no creía en el amor, él estaba determinado a ganar su corazón. Ya no podía negar las mariposas que sentía revolotear en sus entrañas, cada vez que veía de lejos a alguna chica que se le parecía, y al llegar hasta donde estaba, no lo era. Incluso comenzó a despertar a los vecinos. Tantos rostros desconocidos con una sola cosa en común. La misma respuesta, siempre la negativa. Por más que intentara, solo obtenía esa respuesta, y moría de ganas de poderla encontrar.
—Disculpe, pero llevo todo el día buscando… —dijo a la mujer que abrió la puerta de la última casa del vecindario. Se había pasado el día en un abrir y cerrar de ojos—. No quisiera molestarla pero ¿ha visto a esta chica?
—Ella… hace tiempo nos dejó. —respondió con una lágrima deslizándose por su mejilla. Qué ironía, acababa de caer en la cuenta de que no había dejado de llover. Él no lo había pensado demasiado entonces, pero ahora todo tenía sentido. Ahora lo podía ver. Que todas esas nubes negras iban persiguiéndolo en su intento desesperado por encontrarla. Por saber siquiera quién es… Pero ella no iba a volver. Algo terrible le había sucedido, y le aterraba que él supiera la verdad, mucho más si era de ella. Sin embargo, estaba perdida, confundida, y no había forma en que pudiera quitarse su aroma de la piel, y borrarlo para siempre de su mente. Siempre tendría su mirada en el suelo, a tantos, tantísimos pies del suelo. Estaba en el cielo, en su hogar entre las nubes. En una torre, sin podes escapar. Y él, no podía hacer más que volver a casa. Solo le quedaba volver a casa.
Canciones:
Canciones:
- Remembering Sunday - All Time Low.
31 de octubre de 2019
Amnesia de primavera.
El tiempo se acabó. Las hojas se secaron, el viento se las llevó. La nieve cubrió sus huellas, y al derretirse las borró. La primavera por fin llegó. Ya no queda más nada de quién fui, y ahora no sé quién soy. No sé de donde vengo, no sé a donde voy. No sé donde estás, no sé donde estoy yo. Si estoy perdido, si te perdí. Si nunca te tuve, si jamás te tendré. Soy presa de la incertidumbre, y la vorágine interminable de memorias que no recuerdo. De recuerdos que ya no tengo. Del extraño vacío que siento en el pecho, que se manifiesta en la falta que haces a mi lado. ¿Dónde estás? ¿Adónde fuiste? ¿Por qué te escapaste sin despedirte? Repaso una vez más lo que dije, aunque sigo dando vueltas sobre lo que no hice. No te sostuve, no te detuve. Te dejé ir sin decirte lo que nunca pude. Ahora suspiro y ahogo mis penas en alcohol. En poesía sin rimas, en letras sin canción. En menos todavía que una historia de amor. En párrafos que suenan bien al oído, pero que rompen el corazón. En historias sin sentido, sin argumento, magia o alguna emoción. En todo lo que fuiste. En todo lo que me diste. En todo lo que nunca te dí y tu siempre quisiste. Ahora soy yo quien te ruega, te implora y te suplica. Por favor, acaba con mi agonía. Sácame este dolor, está pena tan sombría. Bésame, tómame, mátame. Haz lo que te plazca con mi carne, con mi vida y con mi sangre. No he perdido la batalla, pero si he perdido la guerra. Me pongo a tus pies, a tu merced. Haz conmigo lo que te dé placer. Me rindo, soy tuyo. Tómame como si fuéramos los últimos en el mundo. Puedes odiarme, puedes amarme. Pero hazme el favor de nunca olvidarme.
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