Duele. No de vez en cuando, no algunas veces. Siempre duele. Duele pensar. No es necesario entrar en detalles, pero si quieres lo puedo hacer. Sucede que a veces me pregunto si piensas en mí. Aunque claro, todos nos hacemos la misma pregunta. Si le robamos el sueño a alguien. Y no a cualquiera, si no aquella persona que nos lo quita a nosotros. Esa es la pregunta, la incógnita. La razón por la que yo ya no puedo dormir. No te conozco, ni sé quién eres. De lo único que soy consciente es de la falta que me haces en este plano. Del amor que te profeso, y no sé si me correspondes. O si este sentimiento no es más que otra de esas mentiras literarias que ya me acostumbré a contar. De esas blasfemias filosóficas que tanto me gusta redactar. De los poemas y canciones sin rimas que te intento dedicar. De esas cartas sin destinatario que me gusta enviar, solo para que piensen que como tonto enamorado olvidé completar, cuando nunca supe a quienes se las tenía que enviar. Al fin y al cabo, parece que no eres más que un ideal, un fantasma de un futuro pasado que no se cansa de dar vueltas sobre lo que nunca pasó, ni nunca será. De la serie de eventos desafortunados que desencadenaría un encuentro apasionado entre ambos. Todas las cosas que estaríamos apostando, más todas las cosas que vamos a perder, me hacen pensar que sería mejor que te quedes donde estás. ¿Para qué nos vamos a complicar con ese encuentro trascendental? Si al fin y al cabo no hay diferencia si yo te odio o te amo, si tu me amas o me odias. Porque Shakespeare una vez dijo que “[...] Estos transportes violentos tienen un fin igualmente violento y mueren en pleno triunfo, como el fuego y la pólvora, que, al besarse, se consumen [...]”, y cada vez que pienso en caer en esa locura, intento recordar esto, el sabio consejo de un libro con un trágico final. Es mucha la tentación, tengo que admitir, pero seré más fuerte y me sobrepondré al dolor que causa esta incertidumbre, pues es mejor morir en soledad, que vivir con el corazón hecho trizas, sintiéndote solo en la ausencia del amor que te juraron en un principio. Así, una vez más, me elijo a mí mismo antes que a tí, porque al fin y al cabo solo eres eso, un sueño borroso, y nada más. Y tarde o temprano, uno se acostumbra al dolor lo suficiente, como para seguir sin mirar atrás.

No hay comentarios:
Publicar un comentario