Entre el caos y las flamas, en la oscuridad de la noche, y mientras el viento se lleva los gritos de lo que una vez pudo ser y nunca será, es que te escribo estas líneas. Como si el león pudiera olvidar el sabor de la carne y la adrenalina de la caza, he intentado convencerme de que vivimos en un cuento de hadas. Que eras la respuesta que buscaba, a la pregunta que, en realidad, nunca me había hecho. Busqué disfrazarte de caballero de armadura brillante, cuando yo no era princesa para que alguien me salve, sino más bien la Reina Mala, Maléfica, o cualquier villana magnífica sacada de una historia inventada. Y estuve cerca, tan cerca de ofrecerte la fruta envenenada, con mentiras, veneno y engaños, jugando a ser Blancanieves, la más hermosa del reino, cuando no era más que una bruja desquiciada. Pero no hay espejo mágico para poderme contrariar, solo mi reflejo, mi hermoso reflejo, y la mentira que te estaba por mostrar. Al fin y al cabo, soy una persona real. Tal vez no sea tan malvada, pero alguna vez lo fui, y estuve a punto de hacer contigo lo que ya había hecho más de una vez. Sabiendo incluso que ni un beso de amor verdadero te podría despertar de la maldición del sueño eterno, porque claro, querido mío, no amas a nadie más que a ti mismo. Así que, ¿por qué? ¿Por qué prolongar este juego doloroso hasta que uno de los dos muriera de pena, y no de amor? Si al fin y al cabo, ninguno de los dos es ningún héroe, ni tenemos intención de serlo. Solo somos dos almas errantes en busca del calor abrasador de un momento, de un par de noches sin tanto revuelo ni tanto cuento. Dos idiotas mintiéndose, queriéndose sin que realmente nos importe el mañana, sabiendo que nos daría igual si este corto capítulo llegara a su fin en menos de una semana. Tal vez quise soñar de más, sí. Poder ser Blancanieves al menos una vez, y que un beso de amor del Príncipe Encantador me salvara de morir a manos de la melancolía y la soledad. Pero no, este no es mi cuento. Y si lo es, ya me es claro cuál es mi papel. Esta Blancanieves murió, envenenada por su propio y traicionero corazón, y por una manzana que no le quitó la vida, sino que le quitó el amor. Porque los villanos no vivimos felices para siempre, pero nadie dijo que no podemos divertirnos hasta que el final nos llegue. Así que hoy postrense, inclinense, arrodíllense, y clamen a todo pulmón… ¡Larga vida a la Reina Mala!

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