13 de noviembre de 2019

Recuerdos del Domingo - All Time Low

Aquella mañana se levantó como si nada, se sentó en la cama luego de recoger sus jeans gastados, y le echó una mirada de desprecio al reloj de su celular, que marcaba las dos de la tarde de aquel lunes. Era demasiado temprano para la resaca que tenía desde hacía tantos días de vacaciones, fiesta y descontrol. Luego de refregarse los ojos un par de veces, decidió ir al comedor para tomar un café, sin pensarlo y casi por costumbre. ¿Café? Fue entonces que levantó la vista hacia la ventana, y vió las cortinas blancas siendo apenas rozadas por la suave brisa del verano. Cayó de rodillas. ¿Qué acaso no habían desayunado juntos? Las dos tazas de café medio llenas que reposaban en la mesa no le mentían, y a pesar de que este se hubiera enfriado, no había pasado lo mismo con el fuego que, poco a poco, lo iba quemando por dentro. Allí comenzó a recordar. Poco a poco, las imágenes le empezaron a llegar, y todo cobró sentido. Ella había tomado su mano con aquella hermosa sonrisa traviesa de simpáticos hoyuelos y mejillas rosadas. Lo había guiado por las escaleras hasta llegar a su habitación, donde luego de tanta pasión, lo dejó abandonado, a su suerte, a morir. Tomó la primera playera que encontró en su valija desordenada, se calzó con prisa y bajó las escaleras casi de un salto. Llegó hasta la recepción con las gotas de sudor bajando por su frente, sosteniendo la pantalla del celular frente al recepcionista, que lo miró confundido.
—Disculpe, estoy buscando a esta chica. —dijo, sin notar que sonaba realmente preocupado.

—No, lo siento. —respondió el joven pensativo—. Acabo de comenzar mi turno, pero deberías preguntarle a Marco, él estuvo aquí toda la mañana. —señaló a su compañero, que estaba a punto de dejar el edificio.

—Te lo agradezco. —respondió corriendo hacia el otro empleado del hotel, en vano, pues él tampoco la había visto. Iba y venía, cada vez más desesperado, preguntando a los huéspedes, al personal… a quienquiera que pasara por la recepción. Pero nada. Ella parecía haberse escapado de uno de sus sueños, y poco a poco lo iba enloqueciendo. Estaba tan idiotizado, que hasta podría pedirle que se case con él. Incluso aunque ella le hubiese dicho que no creía en el amor, él estaba determinado a ganar su corazón. Ya no podía negar las mariposas que sentía revolotear en sus entrañas, cada vez que veía de lejos a alguna chica que se le parecía, y al llegar hasta donde estaba, no lo era. Incluso comenzó a despertar a los vecinos. Tantos rostros desconocidos con una sola cosa en común. La misma respuesta, siempre la negativa. Por más que intentara, solo obtenía esa respuesta, y moría de ganas de poderla encontrar.

—Disculpe, pero llevo todo el día buscando… —dijo a la mujer que abrió la puerta de la última casa del vecindario. Se había pasado el día en un abrir y cerrar de ojos—. No quisiera molestarla pero ¿ha visto a esta chica?

—Ella… hace tiempo nos dejó. —respondió con una lágrima deslizándose por su mejilla. Qué ironía, acababa de caer en la cuenta de que no había dejado de llover. Él no lo había pensado demasiado entonces, pero ahora todo tenía sentido. Ahora lo podía ver. Que todas esas nubes negras iban persiguiéndolo en su intento desesperado por encontrarla. Por saber siquiera quién es… Pero ella no iba a volver. Algo terrible le había sucedido, y le aterraba que él supiera la verdad, mucho más si era de ella. Sin embargo, estaba perdida, confundida, y no había forma en que pudiera quitarse su aroma de la piel, y borrarlo para siempre de su mente. Siempre tendría su mirada en el suelo, a tantos, tantísimos pies del suelo. Estaba en el cielo, en su hogar entre las nubes. En una torre, sin podes escapar. Y él, no podía hacer más que volver a casa. Solo le quedaba volver a casa.

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